Rubén Bonifaz Nuño: las humanidades
Hijo de Rubén Bonifaz Rojas, telegrafista de Córdoba (Veracruz) y de Sarah Nuño Scott, Rubén Bonifaz nació en esa ciudad el 12 de noviembre de 1923. Aunque parte de su educación elemental tuvo lugar en el estado de Chiapas, su formación profesional y humana la realizó en la Ciudad de México, siempre en escuelas oficiales: primeros estudios en la Escuela Porfirio Parra y en la Secundaria número 10. La Universidad lo recibe en 1940, cuando ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria. De 1943 a 1947 estudia en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde obtuvo su título de Licenciado en Derecho en 1950. Trabajó como litigante, pero su vocación humanista lo llevó a obtener la maestría (1968) y el doctorado (1971) en Letras Clásicas por la Universidad Nacional Autónoma de México, institución a la cual ha dedicado sus mejores energías en todos los terrenos: docencia, investigación y difusión de la cultura.
Ha sido profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, investigador y luego director fundador del Instituto de Investigaciones Filológicas; fue director general de Publicaciones, ocupó la Coordinación de Humanidades en varias ocasiones y fue miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad. Durante su gestión como Coordinador de Humanidades intervino de manera directa en la creación de los siguientes centros de investigación filológica: Centro de Lingüística Hispánica, Centro de Traductores de Lenguas Clásicas y Centro de Estudios Mayas. En 1973 unió estos centros y el de Estudios Literarios, para constituir el Instituto de Investigaciones Filológicas.
Entre las múltiples distinciones académicas y honoríficas a que se ha hecho acreedor, pueden mencionarse: el Premio Nacional de Letras (1974); la Orden del Mérito de la República Italiana en grado de Comendador (1977); diploma de honor del XXXII Congreso Capitolino de Roma (1981); Premio Latinoamericano de Letras "Rafael Heliodoro Valle" (1981); el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Colima (1984); el Premio Internacional Alfonso Reyes (1985); el premio "Jorge Cuesta" (1986) y el doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional Autónoma de México (1985). Desde 1963 es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, y a partir de 1972, de El Colegio Nacional. Es investigador nacional, investigador emérito de la UNAM, y Premio Universidad Nacional en Investigación en Humanidades (1990).
Si, como quería Alfonso Reyes, la forma de ser genuinamente mexicano se logra mediante la posesión de una perspectiva universal, en Rubén Bonifaz Nuño se concentran los mejores anhelos de los hombres a ambos lados del océano; de tal modo, en su formación confluyen las herencias de nuestra cultura indígena y del conocimiento occidental. Su fervor filológico, su amor por la verdad, lo convierten en un humanista universal de la estirpe de los sabios renacentistas.
Su insuperable trabajo de traductor no se ha limitado a verter a nuestro idioma los trabajos y los días de la cultura grecolatina. Poeta sobre todas las cosas, ha querido mantenerse fiel al ritmo y la música originales que animaron las composiciones de Virgilio, Lucrecio, Propercio, Catulo o Píndaro. La colección bilingüe que dirigió, editada por la Universidad, Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum, le debe algunas de las traducciones -versiones rítmicas, como él prefería llamarlas- más afortunadas a nuestro idioma. Por el amplio espectro que cumplen, por la copiosidad de las traducciones y las notas y ensayos que acompañan a estas obras, la aventura intelectual de Rubén Bonifaz Nuño no tiene paralelo en lengua española. Ensayista
de fina penetración, algunos de los prólogos que acompañan a sus traducciones, más tarde se han convertido en libros. Tal es el caso de Los reinos de Cintia, dedicado a Propercio, y Cayo Valerio Catulo: El amor y la cólera.
Consciente de la trascendencia de nuestro sustrato indígena, Rubén Bonifaz Nuño se ha constituido en defensor de los valores de nuestros antepasados, y en detractor de argumentos que parecían definitivos. Sus trabajos sobre el arte autóctono lo han llevado a ser uno de los estudiosos más finos y originales. En los libros El arte del templo mayor y Escultura azteca en el Museo Nacional de Antropología ha rendido el homenaje del erudito y del poeta a la lapidaria de los antiguos mexicanos, en textos donde el objeto verbal es paralelo a la pieza acumuladora de energía que llega hasta nosotros a través del tiempo. Más polémico aún, en Imagen de Tláloc y Hombres y serpientes, ha obligado a reconsiderar argumentos, que parecían incontrovertibles, sobre representaciones náhuatls y olmecas. Fundador y director del Seminario de Estudios Prehispánicos para la Descolonización de México, Bonifaz Nuño libra un combate permanente para mirar nuestro pasado indígena con ojos libres de prejuicios.
En 1979, el Fondo de Cultura Económica reunió, bajo el título De otro modo lo mismo, la obra poética de Rubén Bonifaz Nuño. Desde sus primeros libros, Imágenes y La muerte del ángel, el poeta evidenciaba su sólida formación clásica. Pero es a partir de Los demonios y los días (1956) -clara alusión a Los trabajos y los días de Hesíodo- cuando Bonifaz Nuño encuentra su propia voz: la denuncia del hombre que desea compartir su desamparo particular, que es desamparo de todos. Este equilibrio entre el amor y la cólera alcanza cima espléndida en Fuego de pobres (1961), donde la ciudad es escenario del combate, pero también territorio para el encuentro y la alianza. Siete de espadas (1966) y El ala del tigre (1969) conjuntan símbolos del universo náhuatl y la cultura clásica. En As de oros (1980), mediante el manejo de varias voces reales e imaginarias, Bonifaz insiste en sus temas fundamentales: la fundación de la ciudad, el heroísmo del amor, la permanencia del hombre.
Poeta del amor, Bonifaz Nuño escribe una poesía de conversación íntima en El manto y la corona (1958), tamizada después por el hermetismo luminoso de La flama en el espejo (1971). La mujer como generadora de la vida es patente en El corazón de la espiral (1983) y en Pulsera para Lucía Méndez (1988). Resumen de las concepciones occidentales del amor, en Albur de amor (1987) Bonifaz Nuño alcanza su tono mayor: clasicismo y popularismo, conversación cotidiana e idealización culterana, los poemas de este libro lo revelan como un maestro de la forma y un conocedor de los pliegues del corazón humano.
Como estudiante, primero de la Facultad de Derecho y más tarde de la Facultad de Filosofía y Letras, Rubén Bonifaz Nuño supo que pensar para sí era una tarea que precisaba pensar para los otros. Sus compañeros de escuela recuerdan su prodigiosa capacidad de retención que lo llevaba a memorizar, minutos antes de la clase, lo mismo los artículos de un código que las declinaciones latinas. Y siempre, en todo momento, el conocimiento que se derrama en los otros, sin alardes ni superioridad, con la convicción de que la humildad es la forma suprema y única del orgullo.
Quienes hemos tenido oportunidad de aprender de él, agradecemos sus lecciones invaluables de métrica, sus observaciones morales, sus consejos de amigo, su cortés sabiduría, virtudes todas orquestadas por la convicción de que si la Universidad es en ocasiones rechazada por la sociedad, en ella se encuentran y se forman algunos de los mejores hombres del país.
En varios de sus poemas y en la diaria conversación, Rubén Bonifaz Nuño practica la ironía como una de las mejores cualidades del hombre. La ironía es una forma del heroísmo; merced a ella, el hombre aprende a reírse de sí mismo y, por tanto, a reírse con el mundo, a ser digno de la vida. Rubén Bonifaz Nuño sabe, como su admirado Charles Schulz, padre de Carlitos Brown, que la vida es muy importante para tomarla en serio. Sus colegas y alumnos que hemos tenido oportunidad de aprender a su lado, queremos creer que una de las grandes lecciones de Rubén Bonifaz Nuño consiste en no tomarnos en serio, para mejor respetar la dignidad del hombre. No deslumbrarnos ante la solemnidad de las apariencias es uno de los secretos para vislumbrar la luz de la verdad y del conocimiento.
Vicente Quirarte
Rubén Bonifaz Nuño: la Universidad
Córdoba, Veracruz, lo vio nacer el 12 de noviembre de 1923 y lo vio partir al promediar los años treinta, cuando el joven poeta viajó a la capital del país para cursar sus estudios en la Escuela Nacional Preparatoria y continuar después su carrera de leyes en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, hoy Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
No obstante que su quehacer académico e intelectual lo desarrolló en varias instituciones culturales: El Colegio Nacional, la Asociación Internacional de Hispanistas y en las academias Mexicana de la Lengua y Latinitati Fovendae de Roma, entre otras, Bonifaz Nuño realizó la mayor parte de su trabajo humanístico en la UNAM.
Si bien declaró, al recibir el Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes en 1974, que todo cuanto había hecho se lo debía a su alma mater, muy atinado es señalar que su presencia en la máxima casa de estudios coadyuvó a fortalecerla a través de los cargos directivos que ejerció en ella, de su prolongada labor docente, así como de sus traducciones de los poetas grecolatinos, y, paralelamente, contribuyó sobremanera a su realce al crear una de las obras poéticas más importantes de las letras hispanoamericanas modernas.
Desde 1960 fue profesor de latín en la Facultad de Filosofía y Letras y formó parte de su Comisión de Planes de Estudios del Colegio de Letras Clásicas. En 1973, fundó el Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFl), manteniéndose al frente de él hasta 1985. Fue director general de Publicaciones y presidió el Seminario de Estudios para la Descolonización de México. De 1966 a 1977, se desempeñó como coordinador de Humanidades. A partir de 1970 dirigió la colección Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, y en los últimos años en codirección con Bulmaro Reyes Coria.
Rubén Bonifaz Nuño: los reconocimientos
A sus trabajos y sus días llegaron los premios. Su generosidad intelectual mereció, además del Premio Nacional de Ciencias, Letras y Artes, la Orden al Mérito en el grado de Comendador (Italia, 1977), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1984), el Premio Jorge Cuesta (1985), el Premio Universidad Nacional (1990), la Medalla Conmemorativa del Palacio de Bellas Artes (1997), y el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2000).
Al recibir el primero de los galardones mencionados, dejó constancia de otra 'cartilla moral', sucinta, pero perfecta guía de humanismo: "La obligación del hombre de cultura, matemático, literato, médico, sociólogo, es consagrarse a ser maestro de sus hermanos menos afortunados; alentarlos y fortalecerlos para sus justas luchas; dotarlos de las armas de la paz y la conciencia; situarlos en la atmósfera de la ley que establece la dignidad y el respeto del hombre por sí mismo".